Hola, me llamo Nate, tengo 35 años y podría decirse que no soy el lápiz más afilado del estuche. De hecho, esa frase ni siquiera es mía. Es demasiado ingeniosa para alguien con tan pocos dedos de frente como yo, así que imagino que se la habré escuchado a alguien. Probablemente por la tele, porque lo de socializar tampoco es lo mío.
Ni socializar, ni trabajar, ni aspirar a ser nada más que un parásito que vive en casa de sus padres haciendo que discutan cada dos por tres por decidir qué narices hacen conmigo. Ya se apañarán. El caso es que puedo enumerar una por una todas las cosas que no sé hacer, pero lo que no esperaba tener que incluir en ella es no saber andar.
Tras una de mis duras jornadas de pijama, pizza y maratones de anime, de repente desaparecí del sofá y acabé, rodeado de agua, buceando hasta la superficie y luchando por mi vida. No tengo ni idea de cómo llegué hasta ahí, a una especie de cueva oscura y mugrienta en la que, tras salir del agua, descubrí que lo único en lo que podía considerarme medianamente bueno hasta el día de hoy había desaparecido también: ahora ya ni siquiera sé andar. Tengo que moverme a base de Baby Steps.
Cómo me muevo en Baby Steps
Mientras estoy en el suelo, basta con que no haga absolutamente nada y no intente moverme para incorporarme de forma automática con relativa facilidad, pero a partir de ahí tengo que hacer un esfuerzo tremendo para poder dar un paso hacia delante sin caerme. Lo que hasta ahora funcionaba simplemente a nivel cerebral, sin tener que darle muchas vueltas, ahora es un ejercicio de paciencia y precisión en el que tengo que moverme como si estuviese apretando los botones de un mando.
Con el gatillo izquierdo levanto el pie izquierdo y, dependiendo de la profundidad con la que lo pulse, elevo más o menos la rodilla. Mientras tanto, el stick izquierdo me sirve para apuntar hacia donde quiero colocar el pie mientras me inclino en esa dirección. Es más complicado de lo que parece, porque inclinarlo poco hace que mi paso sea muy pequeño, y hacerlo en exceso provoca que me adelante demasiado y termine perdiendo el equilibrio. La clave está en pulsar el gatillo levemente, mover el stick hacia delante lo justo y soltar el gatillo para que el pie baje y toque el suelo antes de perder el equilibrio. Y luego pues repetir la misma combinación para hacerlo con el pie derecho.

Más que por lo torpe que resulta andar de esta manera, lo que me siento es rematadamente estúpido. Quién narices a sus 35 años no sabe andar en condiciones y tiene que hacerlo como si diese Baby Steps. Pero imagino que lo mismo podría decirse de todos los demás aspectos de mi vida, desde mis ambiciones hasta la relación parasitaria que mantengo con mis padres. De hecho, lo primero que pensé al empezar a moverme por esa oscura cueva fue que probablemente me habían mandado a uno de esos campamentos para obesos de los que no te dejan salir hasta que no pasas la barrera de ciertos kilos.
Cuando a los pocos pasos apareció en la cueva un misterioso señor angustiosamente obsesionado con ayudarme, fue lo primero que le dije. Pero no parece tener ni idea de a qué me refiero exactamente. No entiendo qué narices pinta alguien en esta cueva mugrienta. O por qué iba nadie a querer mantener una conversación conmigo, así que provocándome más escalofríos que cercanía terminé quitándomelo de encima no sé muy bien cómo. Sólo quería poder seguir con mi camino con la esperanza de salir de esa cueva y encontrar algún sitio en el que parar a orinar.

Conforme iba avanzando por la cueva y mis pasos se fundían con el ruido de gotas cayendo y grillos cantando, como si diesen paso a una absurda banda sonora de mi vida, empecé a tranquilizarme. Pensé que lo de andar con botones tal vez no estaba tan mal como yo pensaba al principio, que era cuestión de cogerle el ritmo, y que incluso podía avanzar con cierta velocidad. Eso sí, tras haber comido tierra en tres o cuatro ocasiones. Lamentablemente para mi autoestima, todas las veces que no me caí al atravesar la cueva estaban a punto de ocurrir al intentar salir de ella.
Esto es una lección de vida
¿El culpable? Un pequeño escalón situado justo al límite de mi ansiado destino. Un obstáculo aún más absurdo que mi situación en el que controlar qué pie colocaba primero y con qué altura se conviertía en un reto. Un desafío para bobos en el que terminaba desestabilizado cada dos por tres, resbalando como una masa sin alma y perdiendo cualquier pequeño progreso que hubiera podido alcanzar por culpa de la maldita gravedad.

Al conseguir salir de la cueva triunfante volvió a aparecer ante mí el acosador, pero tras una cómica y absurda conversación, conseguí deshacerme de él de nuevo. Si salir de la cueva fue una suerte de tutorial, alcanzar el fuego que veo brillar en lo alto de la montaña más cercana parece el siguiente Baby Steps a seguir. No se me ocurre ninguna otra salida que sea más fácil que acudir allí en busca de ayuda y ver desde las alturas cómo narices puedo llegar a mi casa.
Sigo sin tener la menor idea de qué narices hago aquí, cómo he pasado de estar apalancado en el sofá a perderme en medio de la naturaleza y por qué he sido tan tonto de no haber aceptado unos zapatos de ese acosador. Le he dicho que me gusta ir descalzo, pese a llevar solo unos minutos dando Baby Steps y tener ya mis pies más negros que el sobaco de un grillo.
Descargar demo de Baby Steaps
No sé si lo que estoy viviendo es una lección de vida o un castigo, pero tengo la extraña sensación de que va a cambiar mi porvenir. Que salir de esto es lo que va a conseguir que finalmente enderece mi camino y, sobre todo, que voy a pasarlo fatal. Pero mal, mal, mal. Puede que disfrutando de la experiencia, pero mal al fin y al cabo.
Conseguir llegar hasta mi casa tiene pinta de ser bastante más fácil que escalar hasta el espacio como en aquel juego de Steam llamado Getting Over It with Bennett Foddy, pero en cualquier caso parece claro que dar estos Baby Steps va a ser un camino tan duro como prometedor. Ojalá poder estar jugando algo similar en PC o PS5 en vez de estar aquí en medio de la montaña, en pijama, pasando frío y con unas ganas cada vez más terribles de mear.
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