Hay pocos ejemplos en los que la cultura popular haya resultado ser más influyente que el vivido con la película El Show de Truman de Jim Carrey. Aquella cinta no sólo impulsó la fiebre por los realities que derivó en fenómenos como Gran Hermano, Las Kardashian o incluso los influencers actuales, sino que también provocó que cientos de personas se obsesionasen con la idea hasta límites insanos.
La película nos cuenta que Truman no es un hombre cualquiera, es un experimento sociológico transmitido por televisión en el que todo su mundo es una gran mentira. Sin que él sea consciente, su día a día, la ciudad que le rodea y hasta su propia familia, forman parte de un programa guionizado y controlado al extremo con cámaras por todos lados y un planteamiento muy específico de qué debe ocurrir a continuación. Estrenada en 1998, la película se convirtió en todo un éxito, pero también trajo bajo el brazo un serio problema que se daría a conocer como el síndrome de Truman.
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Aunque todos hemos tenido en algún momento el pensamiento intrusivo de que nos estaban vigilando, el problema del síndrome de Truman es que lleva esa egocéntrica idea hasta un extremo difícil de gestionar. Quienes lo sufren empiezan creyendo que hay cámaras escondidas por su casa, que quienes se cruzan con ellos por la calles están interpretando un papel en un guión intrincadamente elaborado que da forma a su vida, y llegan hasta el punto de empezar a creer que su propia familia también está metida en el ajo.
El estrés generado por la situación ha llevado a casos en los que las personas provocaban lamentables incidentes en una vorágine en la que, queriendo escapar de esa asfixiante situación, son capaces de cualquier cosa. Al problema se suma además el hecho de que, a menudo, cualquier intento de ayuda psicológica o psiquiátrica será visto por el individuo como parte de ese mismo guión, complicando así una muy necesaria ayuda, especialmente por el hecho de que, pese a estar ampliamente documentado, el síndrome de Truman no está reconocido en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.
Sí sabemos que explotó a raíz del estreno de la película, convirtiéndose en la chispa adecuada que necesitaban ciertos perfiles psicológicos para terminar de desarrollar un problema. Sabemos también que el perfil de afectados suele limitarse a hombres blancos de entre 25 y 34 años, y que dentro de su particular delirio, tarde o temprano acaban aludiendo a la experiencia de haber visto El Show de Truman.
Con ejemplos como el de los influencers o los realities, pese a no estar entre los más estudiados, el de la citada película es uno de los más sorprendentes por cómo un objeto cultural ha conseguido dar forma a una realidad profundamente marcada por su influencia.
Imagen | Ailee Tian en Midjourney
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